Las fracturas expuestas de tibia son una de las lesiones más graves del sistema musculoesquelético. Se producen cuando un traumatismo de alta energía —como un accidente de tránsito, una caída desde altura o un golpe directo— provoca la rotura del hueso y la exposición del mismo al exterior a través de la piel. Este tipo de lesión requiere atención médica urgente, ya que el riesgo de infección, daño vascular y complicaciones funcionales es muy alto.
En una fractura expuesta, el hueso fracturado rompe la piel, dejando el foco óseo en contacto con el medio ambiente. Esto no solo genera pérdida de continuidad ósea, sino también lesión de tejidos blandos (músculos, vasos, nervios y piel).
La tibia, por su localización superficial en la pierna, es el hueso más propenso a sufrir este tipo de fracturas.
Una de las clasificaciones más utilizadas es la de Gustilo y Anderson, que divide las fracturas expuestas según la gravedad del daño:
Grado I: herida menor de 1 cm, daño mínimo de tejidos blandos.
Grado II: herida mayor de 1 cm, daño moderado sin pérdida extensa de tejido.
Grado III: gran destrucción de tejidos, contaminación y posible daño vascular.
III A: cobertura adecuada de partes blandas.
III B: pérdida importante de tejido con exposición ósea.
III C: lesión vascular que requiere reparación.
Dolor intenso e inmediato.
Sangrado abundante.
Deformidad visible de la pierna.
Exposición del hueso o tejido profundo.
Incapacidad para mover o apoyar el miembro.
Riesgo de shock hipovolémico por pérdida de sangre en casos severos.
El manejo inicial debe realizarse con rapidez y siguiendo protocolos estrictos:
Estabilización del paciente: controlar hemorragias, administrar analgésicos y antibióticos.
Limpieza quirúrgica (desbridamiento): eliminar tejidos dañados y contaminados.
Reducción y fijación ósea: puede utilizarse un fijador externo temporal o una osteosíntesis interna con placas o clavos, según la estabilidad y contaminación del foco.
Cobertura de tejidos blandos: mediante injertos o colgajos musculares para proteger el hueso.
Antibioticoterapia y vacunación antitetánica.
El proceso de recuperación puede ser largo y complejo, dependiendo del grado de la lesión. En general:
El tiempo de consolidación ósea varía entre 4 y 8 meses.
Es fundamental la rehabilitación kinesiológica para recuperar la fuerza muscular y la movilidad articular.
En algunos casos, puede requerirse injerto óseo si existe pérdida de sustancia ósea.
Las principales complicaciones son la infección, el retardo de consolidación, la pseudoartrosis y las secuelas funcionales.
El pronóstico depende del tipo de fractura y del tratamiento inicial. Una intervención precoz y adecuada mejora significativamente las posibilidades de conservar la función y evitar infecciones.
El uso de equipos de protección, conducción responsable y seguridad laboral son las principales medidas preventivas.
Conclusión:
Las fracturas expuestas de tibia son una emergencia traumatológica que exige atención inmediata y multidisciplinaria. Un manejo correcto desde el primer momento es clave para preservar la extremidad y evitar complicaciones que pueden ser graves e irreversibles.